¿De dónde viene y desde cuándo existe la costumbre de comer calçots en Cataluña?

Todo empezó a finales del siglo XIX en la localidad de Valls, cuando un labrador conocido como el Chat de Benaiges decidió cambiar su almuerzo habitual por unas curiosas cebollas alargadas que habían salido en su tierra.

 

El error de un labrador

Si bien hay evidencias que demuestran que los romanos ya comían calçots (en una excavación en la ciudad húngara de Brigetio, durante el mes de agosto del año 2000, el arqueólogo húngaro Lázló Borhy encontró una pintura del siglo III que muestra a un hombre comiendo lo que denominamos porrus capitatus, o los actuales calçots, en la típica posición en que se degustan: mano alzada, mirando hacia arriba, e introduciendo el calçot en la boca), en Cataluña todo empezó a finales del siglo XIX en la localidad de Valls, ubicada en la región occidental de la provincia de Tarragona, de la mano de un labrador o campesino (se desconoce su profesión exacta) conocido como el Chat de Benaiges, como explican desde Sàpiens. Según el relato popular, un día a la hora del almuerzo, para no recurrir otra vez a la dieta habitual de la zona, a base de hortalizas, el hombre decidió comerse dos cebollas grilladas que habían salido en la tierra donde había cultivado cebollas blancas.

No tardó en darse cuenta de que aquellas eran distintas, como si hubieran estirado desproporcionadamente, así que cortó las raíces y, en lugar de tirarlas (aquí no se tira nada) las asó a la llama. Una vez en la mesa, retiró la capa ennegrecida por el fuego y aliñó la parte más blanda con aceite, vinagre y sal. A Chat de Benaiges le gustaron tanto que decidió experimentar sobre aquel cultivo hasta que encontró el procedimiento que conocemos en la actualidad para obtener los maravillosos calçots: hay que sembrar semillas de cebolla blanca en los últimos meses del año, y arrancarla una vez germinada y crecida, guardarla una temporada y entonces volverla a plantar, pero esta vez solo medio enterrada.

Un manjar que se coge con las manos

Y tachán, el resultado tiene gusto mucho más suave que el de la cebolla común, aunque su nombre, 'calçot', viene del hecho de que a medida que crece, la planta se debe ir 'calzando', es decir, colocando tierra en su base y rodeándola para que la cebolla tenga que "estirarse" en busca de la luz. Este proceso se repite 2 o 3 veces a lo largo del proceso que supone su cultivo, hasta conseguir una parte blanca lo suficientemente larga para tirar de ella. En la actualidad, según la reglamentación europea de Indicación Geográfica Protegida (IGP), esta longitud debe estar entre 15 y 25 centímetros. Así que ese es el objetivo en el momento de cosecharla, por lo general durante los meses de invierno. Fue a partir del primer tercio del siglo XX cuando la calçotada se convirtió en un manjar habitual de muchas familias vallencas durante los días de fiesta local. Por supuesto, aquello estaba tan bueno que poco a poco fue recorriendo localidades vecinas, y así hasta recorrer todo el mapa catalán.

Fuente: www.elconfidencial.com